Esta es una historia escrita por un pana que reside en alemania. Me la envio y quizo que la posteara...
VICENTE Y LA MUSICA DEL ALMA
Era una de esas mañanas como todas las otras en aquellos tiempos: la rapidez del vivir hacía callar la música del alma; los ruidosos consejos de la mente guiaban a la humanidad; las ganas de regalar una sonrisa se mezclaban junto con el humo de los cigarrillos. Un gélido sentimiento bajaba de las montañas anidándose en el corazón humano. Vivir una vida como si fueran disponibles muchos años por delante. Aquella cálida mañana de verano era el presente y nada más que aquel momento del tiempo para Viche, un niño de diez años que caminaba junto a su madre por las sucias aceras adornadas del ruido de los cientos de autos que deambulaban por la caótica ciudad. Esto del transcurrir del tiempo era difícil de entender para Viche puesto que para él las cosas y lo que conocemos como tiempo tienen una relación tan profunda; lo que para las personas transcurría rápidamente, para Viche era solamente el disfrutar de la lentitud de aquellos detalles que estaban tan escondidos para los demás.
Al llegar a la oficina del banco donde la madre de Viche iba a retirar dinero, había una bulliciosa caravana de personas en movimiento con miles de preocupaciones sobre sus espaldas. Mientras la madre esperaba su turno para retirar su dinero, Viche alejó su mirada de las personas y la fijó en el lugar donde nadie prestaba atención. Así pudo contemplar algo que sería el inicio de un idilio. Alado del cuadro del dueño del banco había unas macetas las cuales acogían en su seno sendas plantas. Una de ellas llamó la atención del niño. Aquella planta tropical estaba danzando con tal alegría que inmediatamente arrancó una sonrisa abundante a Viche. En danza ligera movía sus verdes hojas tan armoniosamente al ritmo de las tiernas canciones que aquella mañana. Aquella planta ofrecía el espectáculo más maravilloso que Viche pudo contemplar en su historia. Los ojos del emocionado caminante brillaban con tal emoción que aquella planta lo pudo percibir con candor. Era un baile tan único y precioso que Viche nunca más olvidaría. Entretanto, la música que parecía provenir del corazón de Viche era algo que sólo él podía disfrutar. Vivazmente la alegría se manifestaba única para él, brillante y cálida ante sus ojos. Un mágico haz de luz y muchos destellos parecían acompañar aquella escena adornándola. La magia y la alegría se dejaban llevar por aquella sonrisa que de Viche se esbozaba cual ave en vuelo inmortal. Por supuesto, nadie a su alrededor podía escuchar las canciones de la mañana, ni contemplar el baile armonioso y delicado de aquella planta. Viche, incluso, tanto se contagió de aquella danza mágica que comenzó a mover su cuerpo como emprendiendo una imitación de tal bello baile de la planta. La alegría en los detalles brillaba. Nadie, incluso su madre, tomó atención de aquel acto. La alegría cantaba para el caminante quien sonreía con inocencia frente a su querida planta y sus bellas hojas verdes-amarillentas; dulce flauta cantaba para la comparsa que alegraba aquella oficina de cuatro paredes de cemento gris. La pureza de la planta se mostró solamente para Viche y bailó para él ofreciéndole lo más profundo de su belleza.
Los ruidosos gritos de la ciudad dejaban su rastro en las calles hasta casi ennegrecerlas más. Por su parte, el tiempo hizo su raudo camino.
Transcurrieron mucho tiempo para que Viche y su madre regresaran al banco otra vez.
El regreso de Viche fue triste porque aquella bella planta no bailaba esta vez. Su bella planta ni siquiera movía nada de si misma. Viche pensó que quizá otro día la planta danzaría para él. Sin embargo, él quería hablar con ella y pedirle que muestre su alegría, pero él era muy tímido para hacerlo. Con una pena en sus ojos, el caminante desapareció junto con su madre en la selva de cemento y no volvieron al banco después de otro largo tiempo. Muchas veces al querer volar, el cielo oscurece y violentamente hace llover cada vez más. Y al regresar con aquella ilusión de verle danzar a su querida planta, nuevamente ella se mostraba alicaída, parca, sin ganas. De Viche, incluso se perdió una lágrima en lo gris de la calle pero nadie pudo contemplar cómo aquella lágrima se evaporaba con las esperanzas que morían del caminante. Después de otro tiempo, cuando la madre de Viche debía regresar al banco, él desilusionado no la acompañó más.
¡El transcurrir apresurado del tiempo hizo su carrera sin cesar! Viche a sus veinte años todavía acompañaba a su madre a donde ella caminase. Él a pesar de padecer síndrome de Dawn era un joven que podía hacer muchas cosas que nadie imaginaría y sin la ayuda de su madre. Ciertas mañanas, cuando podía contemplar la aparición del sol, él trataba de dibujar cómo ciertas hojas de los árboles graciosamente se despiertan; y también, ciertas mañanas, cuando un pajarito amarillo jugaba al pie de su ventana, Viche podía imitar el sonido de aquel pajarito juguetón. Así era la vida de Viche en contraste de su desorden genético que para él ni siquiera importaba; lo único importante era ser un caminante de corazón y de mucho entusiasmo, aunque siempre tuviera que acompañarse de su madre; esto no le entristecía, pero si deseaba vencer el temor de caminar solo en la vida.
Era un día cálido de invierno cuando Vicente Ochoa, llamado Viche por sus amigos, finalmente venció su temor de llegar al banco y encontrarse con el frío saludo de su querida planta. Aquel día de invierno Viche guardaba la esperanza en sus bolsillos bien escondida porque hubiera sido otra vez muy triste para él mostrarse alegre mientras que su querida planta se mostrase muerta de ánimos...Otra vez dentro del banco, uno de los empleados olvidó separar las macetas de plantas de plástico lejos del aire acondicionado. Aquel aparato que hacía que el cálido aire de invierno sea frío como el entusiasmo del banco, al estar cerca de las macetas de las plantas de plástico provocaba que una de ellas se moviese como bailando. Para Vicente todo esto solamente significaba una cosa: despertar aquella esperanza que cada día hubo deseado tanto y que nuevamente le arrancaba una sonrisa pura desde el fondo de su corazón...
Por supuesto, nadie en esa ciudad esta historia recordaría al no ser importante que una planta de plástico verde, sutil se moviera con el aire frío de aquel aparato que para Viche era lo más precioso que la vida otra vez le estaba regalando.
Al llegar a la oficina del banco donde la madre de Viche iba a retirar dinero, había una bulliciosa caravana de personas en movimiento con miles de preocupaciones sobre sus espaldas. Mientras la madre esperaba su turno para retirar su dinero, Viche alejó su mirada de las personas y la fijó en el lugar donde nadie prestaba atención. Así pudo contemplar algo que sería el inicio de un idilio. Alado del cuadro del dueño del banco había unas macetas las cuales acogían en su seno sendas plantas. Una de ellas llamó la atención del niño. Aquella planta tropical estaba danzando con tal alegría que inmediatamente arrancó una sonrisa abundante a Viche. En danza ligera movía sus verdes hojas tan armoniosamente al ritmo de las tiernas canciones que aquella mañana. Aquella planta ofrecía el espectáculo más maravilloso que Viche pudo contemplar en su historia. Los ojos del emocionado caminante brillaban con tal emoción que aquella planta lo pudo percibir con candor. Era un baile tan único y precioso que Viche nunca más olvidaría. Entretanto, la música que parecía provenir del corazón de Viche era algo que sólo él podía disfrutar. Vivazmente la alegría se manifestaba única para él, brillante y cálida ante sus ojos. Un mágico haz de luz y muchos destellos parecían acompañar aquella escena adornándola. La magia y la alegría se dejaban llevar por aquella sonrisa que de Viche se esbozaba cual ave en vuelo inmortal. Por supuesto, nadie a su alrededor podía escuchar las canciones de la mañana, ni contemplar el baile armonioso y delicado de aquella planta. Viche, incluso, tanto se contagió de aquella danza mágica que comenzó a mover su cuerpo como emprendiendo una imitación de tal bello baile de la planta. La alegría en los detalles brillaba. Nadie, incluso su madre, tomó atención de aquel acto. La alegría cantaba para el caminante quien sonreía con inocencia frente a su querida planta y sus bellas hojas verdes-amarillentas; dulce flauta cantaba para la comparsa que alegraba aquella oficina de cuatro paredes de cemento gris. La pureza de la planta se mostró solamente para Viche y bailó para él ofreciéndole lo más profundo de su belleza.
Los ruidosos gritos de la ciudad dejaban su rastro en las calles hasta casi ennegrecerlas más. Por su parte, el tiempo hizo su raudo camino.
Transcurrieron mucho tiempo para que Viche y su madre regresaran al banco otra vez.
El regreso de Viche fue triste porque aquella bella planta no bailaba esta vez. Su bella planta ni siquiera movía nada de si misma. Viche pensó que quizá otro día la planta danzaría para él. Sin embargo, él quería hablar con ella y pedirle que muestre su alegría, pero él era muy tímido para hacerlo. Con una pena en sus ojos, el caminante desapareció junto con su madre en la selva de cemento y no volvieron al banco después de otro largo tiempo. Muchas veces al querer volar, el cielo oscurece y violentamente hace llover cada vez más. Y al regresar con aquella ilusión de verle danzar a su querida planta, nuevamente ella se mostraba alicaída, parca, sin ganas. De Viche, incluso se perdió una lágrima en lo gris de la calle pero nadie pudo contemplar cómo aquella lágrima se evaporaba con las esperanzas que morían del caminante. Después de otro tiempo, cuando la madre de Viche debía regresar al banco, él desilusionado no la acompañó más.
¡El transcurrir apresurado del tiempo hizo su carrera sin cesar! Viche a sus veinte años todavía acompañaba a su madre a donde ella caminase. Él a pesar de padecer síndrome de Dawn era un joven que podía hacer muchas cosas que nadie imaginaría y sin la ayuda de su madre. Ciertas mañanas, cuando podía contemplar la aparición del sol, él trataba de dibujar cómo ciertas hojas de los árboles graciosamente se despiertan; y también, ciertas mañanas, cuando un pajarito amarillo jugaba al pie de su ventana, Viche podía imitar el sonido de aquel pajarito juguetón. Así era la vida de Viche en contraste de su desorden genético que para él ni siquiera importaba; lo único importante era ser un caminante de corazón y de mucho entusiasmo, aunque siempre tuviera que acompañarse de su madre; esto no le entristecía, pero si deseaba vencer el temor de caminar solo en la vida.
Era un día cálido de invierno cuando Vicente Ochoa, llamado Viche por sus amigos, finalmente venció su temor de llegar al banco y encontrarse con el frío saludo de su querida planta. Aquel día de invierno Viche guardaba la esperanza en sus bolsillos bien escondida porque hubiera sido otra vez muy triste para él mostrarse alegre mientras que su querida planta se mostrase muerta de ánimos...Otra vez dentro del banco, uno de los empleados olvidó separar las macetas de plantas de plástico lejos del aire acondicionado. Aquel aparato que hacía que el cálido aire de invierno sea frío como el entusiasmo del banco, al estar cerca de las macetas de las plantas de plástico provocaba que una de ellas se moviese como bailando. Para Vicente todo esto solamente significaba una cosa: despertar aquella esperanza que cada día hubo deseado tanto y que nuevamente le arrancaba una sonrisa pura desde el fondo de su corazón...
Por supuesto, nadie en esa ciudad esta historia recordaría al no ser importante que una planta de plástico verde, sutil se moviera con el aire frío de aquel aparato que para Viche era lo más precioso que la vida otra vez le estaba regalando.
POR: "el caminante"
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